«Amiga»

El ego lleva a confundir la libertad con la autocomplacencia, la verdad con el orgullo. Es la creación de un mundo muy frágil que solo acepta el propio eco por bocas de los demás; donde la exclusión es la norma para garantizar la solidez de las mentiras. Es la falta de honestidad, de tolerancia y de argumentos, el horror de la imagen que devuelve el espejo. Y las heridas detrás de toda esa soberbia.

Réquiem para flauta

A Rebeca Galera Rosillo, La Rebe

I  (Andante non troppo)
Mirábamos al horizonte con arrogancia
mientras la ruina te ensartaba por la espalda
y todas seguíamos sonriendo
confinadas en la luna de nuestro ombligo.

Nada supe del espanto o el vértigo
de tu vida por un fonendo destrozada
ni de esa semana de heridas sin consuelo
a la que no llegaron mi valentía ni mi amor.

Entonces un correo
—el fallecimiento, esta noche, en La Palma,
de nuestra compañera Rebeca Galera—,
la incredulidad, el silencio
y mis amigos.

II (Adagio ad libitum)
El mundo es más pequeño
desde que las estrellas no pueden verte,
ya luciérnagas tristes
de esa oscuridad sin historia.
Y mi garganta es más herida
cuando no te encuentra en el horizonte,
recién vaciado de tus huellas,
limpio de ti, melancolía pura.

Ya nunca volverán al cielo
tus ojos desbordados por esas preguntas
ahora huérfanas y mudas en tus cenizas.
Ya nunca verán la luz
las promesas que dejamos para un después
ahora con las cuencas floridas de imposibles.

Ya nunca estarás a nuestro lado:
solo tu sombra negando la esperanza
y tu voz huyendo de las fotografías.

III (Allegro e vivace)
Los días dejarán a orillas del suspiro
esta rabia que hoy araña tu recuerdo
y la soledad perderá de nuevo el nombre
cuando tu sonrisa vuelva a ser esa brújula
de alegría que se enrede en mi costumbre.

Entonces la vida continuará su monólogo
con aquellas palabras que manchamos de vino,
ahora inútiles frente al laberinto de tu ausencia,
pero que nos salvaron de ese naufragio
que hizo posible tu amor y mi memoria.

Y serán esos mismos ojos tuyos
que tan bien entendieron mi corazón
los que alcen sangre, esperanza y valentía
para vencer el dolor, la tierra, el olvido
y así no perderte para siempre.

Coda
La muerte nos dejó sin adiós,
pero la vida nos dio todos los abrazos.

Solo me acuerdo

Queridas amigos,

Solo me acuerdo de vuestros ojos. Lo demás son solo palabras que perfilan su ausencia, un consuelo descosido que no alivia este horizonte de alcohol, pared y lejía. Sin ellos, el café es más agua, el agua es más llanto y el llanto una rutina que hilvana los suspiros frente a las ventanas.

Solo me acuerdo de vuestros ojos. Y la alegría madura en mis labios, la fuerza regresa a mi aliento y toda esta muerte se hace nadie frente a la certeza de vuestro amor.

Solo me acuerdo de vuestros ojos, y de los míos en ellos.

La rutina de lo atípico

Queridos amigas,

Después de una semana de confinamiento, hasta lo más insual ha caído en el humilladero de lo cotidiano. Y es que, incluso en las anomalías, las primeras veces se agotan y se hace necesario aprender a vivir con la rutina. Da comienzo el periodo de resistencia.

Yo seguiré con mi displina de estudio, a pesar de que acabo de enterarme por un mail, que los sindicatos y las Comunidades Autónomas no han llegado a un acuerdo sobre el aplazamiento de las oposiciones, que según la nota de prensa de UGT, quieren postergar hasta 2021 ó 2022. Habrá que esperar a la semana que viene a ver qué pasa. Apretar los dientes se me da bien.

Por lo demás, tengo el propósito de aprovechar más mi tiempo libre, empezando por plasmar la idea de un poema que hace ya meses que me ronda, tratando de leer un poco más a pesar del hartazgo de las opos y confeccionar esa lista que Alberto ha propuesto y que a mí también me ha encantado. Bueno, y seguir todas esas recomendaciones de hormiguita domesticada que Raquel ha propuesto. Quien se aburre es que porque está vacío, no por falta de cosas que hacer, desde luego.

En cuanto al COVID-19, muchas de vosotros ya sabéis lo que opino. Creo que hay que ser responsables y quedarnos en casa, tratar que la pandemia se minimice y tomar todas las precauciones que dependan de nosotros. Pero ello no es incompatible con señalar la desproporción de las medidas y su urgencia, cuando hay otros problemas, de distinto calado socioeconómico, sanitario y goblal, que merecerían más la atención que esta pandemia, tanto por su alcance en número de muertos, como en su persistencia en el tiempo. No es incompatible con acusar a los miserables (familia real, empresarios y prensa) de hacer negocio con esta crisis, con el miedo y la esperanza, para lavar sus trapos sucios o amordazar realidades que parecen haber desaparecido de la faz de la tierra.

A pesar de todo ello, cuidaos. Todavía nos queda mucha lucha. Porque, no tengáis duda, llegará un momento en el que, parafraseando a Valery, el viento se levantará y habrá que intentar vivir.

Os quiere,

Sergio

Cuarentena

Las paredes están en cuarto menguante
y codician los suspiros de una libertad
que cada día se hace más palabra y menos puño.
Porque aquí no hay más corona que el miedo
y una voluntad de moneda
que tortura toda esperanza.
A pesar del maquillaje,
de las fotografías o los teléfonos,
hay un mapa de lágrimas
que terminará arrugándonos la sonrisa.

Volverán los abrazos sin rejas
y el amor seguirá incólume
—siempre con más peso que alas—
con la duda de si seguir adelante
es vivir o supervivencia.

El armadillo que se creía erizo

Primero hay una oportunidad, luego viene una traición»

No pudiste proteger a nadie. El silencio no te sirvió como escudo contra las lágrimas, sino como raíz para el orgullo que desprecia toda memoria. Y es que nadie habla desde la fragilidad, sino desde las almenas. Por eso el olvido dio paso a las dudas y la justicia se confundió con la hemorragia. Perdiste la inocencia, luego la misericordia. Y todo lo que debió debió ser lealtad, terminó en error.

Lo sucedido dejó de importar. Ya solo se escucha esa parte del recuerdo con la que las heridas parecen más pequeñas. Solo pesa lo que hace sangre, porque faltan cojones para admitir una esperanza. Pero las excusas se agotan y, tarde o temprano, todos acabaremos frente al espejo y nuestra vergüenza. Después el arrepentimiento y el reescribir la historia.

Herir o se herido desembocan en el mismo daño: la soledad. Por eso creíste ser un erizo y su dilema, cuando eras voluntad y digno armadillo.

Tu imagen de ti

Echar el ancla en el halago reciente, en la amabilidad de ajedrez y milímetro, en todo ese humo desmembrado que no habla de ti, sino de lo que quieren de ti.

Decidir que la verdad es palabra, no cimiento, que eres la mejor versión de ti mismo por ti mismo, dejando paso a la ingratitud o la negación para izar tu orgullo de Narciso reflejado.

Pero olvidar es ignorar las grietas, no cerrarlas, y tarde o temprano acaban dando caza a la alegría, a todas sus mentiras. Entonces el mundo queda desnudo y la antifonía da comienzo.

La ley de Ohm

Nos resistimos a admitir las evidencias, porque creemos que aquello que recordamos aún permanece. Y es que la memoria es solo una almohada que, a veces, mullimos con excusas para dar sentido al dolor o ahuyentar al remordimiento; una copia de seguridad, donde alimentamos la esperanza de poder volver a ser felices o el consuelo de haberlo sido.

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Pero la realidad es más testaruda que las mentiras y las certezas terminan por alcanzarnos: la rutina, el amor, la pérdida, los años. Y todos los imposibles.

Solo hay una pregunta importante sobre nuestra resistencia: ¿nos permite llegar a tiempo?

Cuatro décadas

A C.R.S.

Atrás quedan los días ordeñados de gritos y risas, la gente que dejó su silencio y nos limpió de lágrimas. Atrás, la explosión y torpeza de la juventud, la efervescencia de todo lo que duele y cura al mismo tiempo. Atrás, el olvido. Y tú, como quien abanica su belleza tumbada sol, a mi lado.

Mi silencio

Puedo luchar contra las dudas,

pero no contra el miedo.

No contra el tuyo.

Porque el miedo es una negación sin raiz,

una ceguera,

la huída para encontrar el dolor

que explica la libertad

de estas ruinas donde nos acomodamos.

Círculo y espiral, eco.

En frente,

la impotencia de unas manos desnudas

—las del otro—,

sin arma ni escudo,

la mudez o las lágrimas.

Aquí mi soledad, mi silencio.

Y mi amor.