«Amiga»

El ego lleva a confundir la libertad con la autocomplacencia, la verdad con el orgullo. Es la creación de un mundo muy frágil que solo acepta el propio eco por bocas de los demás; donde la exclusión es la norma para garantizar la solidez de las mentiras. Es la falta de honestidad, de tolerancia y de argumentos, el horror de la imagen que devuelve el espejo. Y las heridas detrás de toda esa soberbia.

La trampa de la responsabilidad individual

El coronavirus ha dejado al desnudo una evidencia que tratamos de evadir de forma rutinaria: la muerte de personas es necesaria para que este sistema funcione. Cuando la muerte está lejos, cuando su miseria no nos salpica, cuando no compartimos con ella ni cultura ni color de piel, el cinismo se traviste de resignación y hablamos de su sufrimiento como una catástrofe endémica e inevitable —porque las penas con un smartphone, son menos. Sin embargo, cuando la muerte está en el balcón de enfrente, cuando la ruina nos mancha y las carencias empiezan a tener nuestros apellidos, aparecen el horror y el llanto —porque las muertas de aquí son las importantes, las valiosas.

En esa bacanal de hipocresía y etnocentrismo ególatra, el sistema recupera el concepto de responsabilidad indivual, desplazando así su obligación para con la ciudadanía (responder por las muertes) y evadiendo las preguntas sobre la inhocherencia de sus decisiones (la «nueva normalidad» sin seguridad). Y es que obviando el papel fundamental de las instituciones en el problema, se silencia la corresponsabilidad del mismo y se genera un debate moral entre quienes actúan bien y quienes actúan mal. Una lucha de culpas estéril que no aporta sino crispación, pero que resulta ser el arma ideal para distraer las exigencias ciudadanas sobre la búsqueda de soluciones (alternativas a la «nueva normalidad»). Así funciona la trampa de la responsabilidad individual que además, y lo más importante, vuelve a ocultar que la muerte es necesaria para mantener nuestro modo de vida.

Por último pensemos sobre nuestro propio nivel de cinismo a través de la siguiente pregunta: ¿cómo exigirles a las personas ya moldeadas por el sistema en la individualidad, en el egoísmo y la insolidaridad —supuestas claves del éxito—ser responsables para con los demás? Pues eso.

Las mentiras de Calviño

Firmado el acuerdo para subir el salario mínimo a 950 euros en 2020
Firma del acuerdo para subir el salario mínimo a 950 euros en 2020. EFE

Ayer lo hablaba con un amigo mío. La derogación íntegra de la reforma laboral es una necesidad por varios motivos:

i) Ha demostrado ser ineficaz para la resolución de los problemas del mundo laboral y económico surgido de la crisis de 2008. Solo los grandes empresarios han salido ganando con esta ley rodillo y sin consenso del PP. Los trabajadores sufren más precariedad y de gran pérdida de poder adquisitivo. El hecho: un mes de COVID-19 y ya eran necesarias las ayudas estatales para garantizar la supervivencia digna de muchos colectivos (trabajadores, pequeños empresarios y autónomos). Aplicar una misma norma y esperar resultado distintos es de estúpidos. Lo que lleva pensar que se mantiene por conveniencia para luego disfrutar de prebendas. En cualquier caso, están en frente de la mayoría laboral.

ii) Una respuesta laboral y económica frente a la crisis del COVID-19 no puede enfrentarse con las recetas austericidas de la crisis de 2008. El hecho: nunca llegó a superarse en los paises del sur de Europa la gran recesión y sus medidas nos han llevado a una nueva etapa de crisis, preexistente al coronavirus. Lo que lleva a pensar que o son ineptos o quieren seguir sacando partido del empobrecimiento de la sociedad para mantener sus indicadores macroeconómicos.

iii) Derogar integramente una reforma laboral no implica la imposición de una ley antítesis de la anterior. El hecho: el gobierno ha llegado a acuerdos con la patronal y con los sindicatos en varias ocasiones a lo largo de esta legiislatura. Todo indica que se busca un nuevo consenso, mejorar la vida y economía de España y los españoles porque: ¿qué sentido tendría hundir el país? ¿Qué rédito político o economíco conseguirían? No tiene sentido. Además, el gobierno no dispone de mayoría absoluta para hacer lo que le venga en gana.

Acabemos ya con las mentiras de Nadia Calviño y su ortodoxia económica: no, las empresas no se asustan por una reforma consensuada. De ser así, EEUU y Reino Unido, con las medidas de nacionalziación que tomaron frente a la crisis de 2008 deberían estar en la ruina y resulta que salieron de ella, meintras que de la UE solo salió Alemania y sus adlátares con jugosos beneficios. La ortodoxia económica que ella defiende es la misma que parasitó la arcas públicas para el rescate bancario que nunca devolvieron, esos mismos bancos que consintieron los deshucios y los suicidos diarios por ello, los que nos han recortado derechos, los que siguen diciéndonos como deben ser las cosas para que vayamos por el buen camino, mientras nos llevan a una nueva ruina. No es economía, es ideología. Y sufrimiento para la mayoría de nosotros, mientras ellos brindan con champán usando nuestro dinero en sillones de consejos de administración.

 

La muerte

En respuesta a Morir hoy en día.

Hasta hace menos de un siglo, la cultura occidental dominate giraba en torno a los valores cristianos, en términos de Nietzsche, lo apolíneo dominaba sobre lo dionisíaco. Una tradición fundada en una moral que castiga los placeres de la vida y la voluntad de hombre, con la excusa de una vida posterior trufada de gloria y beatitud. La negación de la vida. Pero el auge de la sociedad de consumo, el establecimiento del neoliberalismo como modelo de vida, de la cosificación y el hedonismo, nos han llevado al otro extremo. Estamos enfermos de vida.

Nuestra sociedad es intolerante a la muerte. Vivimos sin pensar que todo esto tiene un fin, que moriremos, que lo harán las personas que nos quieren y a las que queremos, que todos nosotros, sin excepción, transitaremos hasta el olvido. Renunciamos a una de las características definitorias de la humanidad, su conciencia de finitud. Vivimos aferrados a la alegría y el dolor de la presencia, incluyendo a esa forma tan sutil llamada recuerdo, tratando de esquivar el vacío de aquella persona que se va siendo querida. Olvidamos que vivir es perder, que nacemos como mármol puro que los años mutila para darnos forma. Duele, es el precio por esta oportunidad de tenerlo todo.

El COVID-19 es ahora el espejo perfecto que muestra nuestras grietas frente a la muerte. Y a la vida. Ahora, en este confinamiento que parece una eternidad encapsulada, empezamos a aceptar el valor de las ausencias, despreciamos lo superfluo como eje de nuestra voluntad y comenzamos a darnos cuenta, de que la vida no iba de lo que estábamos haciendo. Es otra cosa.

Pasarán estos dias de intimidad obligada, volveremos heridos a esa rutina apasionante de lágito o moneda, corriendo el riego de olvidar, en el frenesí esclavista, todo lo aprendido. Si no queremos volver al punto de partida, al arrepentimiento, a las grietas sin remedio, deberíamos empezar a vivir ya una vida con menos mal amor y más buena muerte.

¿Quién teme al COVID-19?

El cambio climático es más mortal que el coronavirus, no lo digo yo, que conste. Aquí la fuente. Tampoco es una opinión personal el que existan multitud de estudios y datos que indican que el número de muertes causadas por el cambio climático son mayores y sostenidas en el tiempo (ver) que las causadas por el coronavirus (actualizado).

No se trata de dar importancia a un hecho en detrimento del otro, los dos son fenómenos a los que debemos enfrentarnos con seriedad y contundencia, porque hay vidas en juego y todas cuentan. Pero, ¿por qué el coronavirus, científicamente hablando, a pesar de que los datos y sus interpretaciones no lo señalan más letal que el cambio climático merece ser más y mejor atendido?

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Los memes son esperpentos transmisores de ideas, no de verdades.

Como todas las preguntas incómodas, esta merece el más profundo y vergonzoso silencio. Porque el silencio siempre beneficia a los turbios.

Me pregunto si se debe a que la mortaldiad del COVID-19 es mayor en la población con mayor edad, lo que implica que se convierta en un problema para en los paises del primer mundo cuya pirámide demográfica se encuentra dominada por una población cada vez más envejecida.

Me pregunto si la economía es más importante que el cambio climático, porque a fin de cuentas, aunque no entienda de especies ni edades, sí de zonas geográficas y los paises desarrollados no se encuentran en ellas y tienen más capacidad de reacción y lucha contra él, además de margen de beneficio por contrinuir a su empeoramiento.

Me pregunto si es más fácil salir a una ventana a dar aplausos que dejar de comprar pajitas o botellas de plásticos de 1.5L por otras de 8L y una botella de metal o vidrio. Si es mejor quedarse encerrado en casa 14 días que comer carne roja una vez en ese mismo tiempo.

Me pregunto muchas cosas sobre el coronavirus, y muy pocas hablan bien de nosotros. Y a la mente me vienen tres palabras sobre el tema: desproporción, ridículo y cinismo.

Querido «votante de izquierdas», dos puntos.

La abstención implica una serie de consecuencias difícilmente asumibles para alguien que se considera un votante de izquierdas:

  • Es un acto completamente inútil: más allá de en tu casa, tus redes sociales y amigos de la vida cotidiana, nadie se va a enterar de que lo tuyo es una pataleta, un puesahoranorespiro, de interpretar que tu desprecio por el voto es una lección moral al partido al que votaste con anterioridad y que te ha defraudado tanto.  «Votante de izquierdas», de momento ya no eres votante. Ahora verás por qué tampoco de izquierdas.
  • Es equivalente a votar a la derecha: además de inútil, «votante de izquierdas que no votas», es un acto que solo benificia a los partidos de derechas. Asúmelo, la intención de los actos no vale para nada, sino sus consecuencias. Así que ya tienes un punto en común con ellos, tu apoyo. Bueno, también una inestimable indignación y la dirección de la culpa bien apuntada para exculparte de todo.
  • Es un acto profundamente insolidario: tú que tan dolido estás porque no piensan en la gente que deberian defender, por solo pensar en ellos, «votante de izquierdas que no votas, pero respaldas a la derecha», estás haciendo exactamente lo mismo. Y para eso caben dos opciones: desconoces los dos puntos anteriores y eres un inconsciente o, a pesar de eso, tu situación socioeconómica te permite ser un cínico para dar clases baratas de moral. En cualquiera de los dos casos, es actuar en contra de la clase trabajadora.

Pero no es una cuestión de razón, sino de ego, ¿verdad? Y cuando mandan las entrañas, el dolor, el miedo y la rabia, no existe crítica ni revisión ni búsqueda soluciones, solo acricitidad, el relato y la culpabilidad.

Seguirás entonces, querido «votante de izquierdas que no votas, pero respaldas a la derecha con tu inconscienca o cinismo»  dando carnés de izquierdas, levantando los puñitos en alto y mirando al pasado con esa nostalgia de lo bueno que creíste vivir, pero que el presente te ha mostrado como falso. Seguirás durmiendo con tu historia distorsionada, con unos valores que traicionas, pero bien cabreado y dejándole al mundo claro que llevas la razón. Mientras tanto, otros sufrirán las consecuencias por tanta falta de responsabilidad.

Y llegará tu acto final, el más infantil, mezquino y egoísta para cerrar la grotesca función: «Pues que aproveche lo votado».

No puedo escuchar lo que dices

Lo que haces habla tan fuerte, que no puedo escuchar lo que dices”. Ralph Waldo Emerson


El fascismo vuelve sin bozal ni correa a Andalucía, esa tierra que codician y odian a partes iguales. Y vuelve de manos de una democracia que permite la existencia de partidos políticos que defienden el odio, la confrontación, la lucha por la abolición de libertades para determinados grupos y la supremacía para otros, pero que es incapaz de encajar partidos democráticos que defienden nacionalismos distintos al español, hasta el punto de ilegarlizarlos. Una democracia que demuestra su falta de madurez y ética, su cinismo, al negarse a aislar a estos partidos e incluso pactar con ellos en nombre de la pluralidad y la legitimidad, cuando en el fondo solo buscan alzanzar la cuota de poder que exige su avaricia.

Firma del acuerdo entre PP y Vox de cara a la investidura de Juanma Moreno como presidente de la Junta de Andalucía
Firma del acuerdo entre PP y Vox de cara a la investidura de Juanma Moreno como presidente de la Junta de Andalucía. Jesús Prieto | Europa Press

Y más allá de la avidez de sus deseos, PP y C’s retratan su corazón fascista entregándose a un pacto con VOX: unos firmándolo con tinta, otros, con su silencio. Todo sea por los sillones, por el trono. Y lo hacen a través de algunas medidas como las siguientes:

  • Protección de los toros, la caza y reforma fiscal. Siguen anclados en los tópicos de la Andalucía del S. XIX, con los gustos y caprichos de los señoritos andaluces, la Andalucía explotada y muerta de hambre en la que solo la élite disfrutaba, esa que adoran y a la que quieren volver. Dan así la espalda a una sociedad en cambio que ya no acepta mayoritariamente el maltrato animal como una seña de identidad y la niegan defendiendo a una minoría en extinción de la que quieren hacer ley. Defienden a esa minoría adinerada que debe seguir engordando su patrimonio y privilegios a costa de la pobreza de la mayoría. Esa es su justicia social.
  • Derogación de la ley de memoria histórica. Quieren borrar el pasado, negar el genocidio que se cometió en España, con particular virulencia en Andalucía. Son unos negacionistas, unos revisionistas, los sucesores de aquellos que exterminaron a toda aquella persona que pensaba distinto a ellos. Fascistas.
  • Embarazos no deseados e identificación de inmigrantes en situación irregular. Sólo la punta del iceberg de sus políticas en contra de las mujeres, aquellas que son capaces de aceptar los PPC’s: la minoría de edad perpetua, la falta de autonomía, la imposición de una diferenciación inexistente más allá de los genitales por voluntad divina (salvo que el dinero en otro país, diga lo contrario). Una sombra de odio y menosprecio a lo diferente que también se focaliza especialmente en el colectivo inmigrante (siempre sospechoso, siempre delincuente, siempre vividor) y el LGTBI+ (los viciosos por antonomasia).

No nos podemos permitir el silencio ni el cruce de brazos. Van a por nosotros y ya sabemos que prometen esperanza para dar muerte y sufrimiento. No al fascismo, no en mi nombre, no en el de todos los muertos que todavía siguen en una cuneta.

Arco iris roto

El 28 de junio quedó marcado oficalmente (Stonewall) como el Día del Orgullo para la comunidad LGTB+. Es un día para celebrar los derechos ganados, pero sobre todo, un día para reflexionar. Basta ya del 28J como una fiesta gaypitalista, como bien decía mi admirado Shangay Lily: una fiesta vaciada de significado que perpetua cánones heteronormativos sobre el colectivo LGTB+ a través del pinkwashing.

Como en todas las luchas sociales, todavía queda mucho camino por recorrer, y no es una frase hecha. En esta España de 2018, en la que la sociedad se llena la boca de palabras como respeto, tolerancia, igualdad y libertad, existen evidencias sangrantes, personales e institucionales, de que el colectivo LGTB+ (y por desgracia no es el único) sigue siendo castigado con violencia, con odio, con repulsa y con el peor de todos los enemigos: el silencio.

En lo personal, sigo asistiendo a bromas de amig@s sobre cómo son los maricones y cómo se comportan en el imaginario heteropatriarcal (amaneramientos, temas de conversación, perversiones, etc.), sobre cómo hay excepciones tolerables porque no son los maricones típicos (ya se sabe, esos que son, en el fondo, como las mujeres: locas, musculocas, muerdealmohadas, comepollas, etc.) o son lo suficientemente discretos para no avergonzarse de ellos (porque la pluma, por lo visto, es ignominiosa). Ofensas veladas en el marco de la confianza sobre segundos sentidos, terceras miradas y cuartas preguntas.

Quieren vendernos que hemos ganado, pero lo que están haciendo, es demoler el arcoiris.

Las mentiras de los nacionalismos y el referéndum en Cataluña

Las mentiras de los nacionalismos

Ser de izquierdas y nacionalista es una incoherencia ideológica. No puedo entender que alguien que tenga conciencia de clase obrera no sea internacionalista y comprenda que los países y las fronteras no son más que una herramienta puramente logística. Solo entiendo el nacionalismo como una estrategia para blindar privilegios económicos y sociales, esencialmente los de las élites. Y no puedo comprender, más allá de argumentos xenófobos y racistas, cómo se puede justificar que la clase trabajadora nacida o criada en un sitio, algo que ninguno de nosotros elegimos, merezca asegurar sus derechos más que aquellos que no lo han hecho. Y hablo en particular de la izquierda catalana, de la abertzale y la españolista.

La propaganda mediática —y la limpieza ideológica del franquismo, apuntalada a través de la transición, de la cuál son herederos— ha señalado bien el talón de Aquiles de las dos primeras, realzando su carácter nocivo, pero marca como neutro e inocuo al nacionalismo españolista, cuando no lo niega o ni siquiera admite su existencia. La diferencia estriba en que mientras que el nacionalismo catalán y abertzale hacen hincapié en sus características diferenciadoras, en una heterogeneidad que desmiembra, el españolismo se fundamenta en unas características unificadoras creadas ad hoc, en la homogeneidad que niega.

Se olvida deliberadamente en este tipo de discursos que las raíces de los nacionalismos más importantes se encuentran bien delimitadas geográficamente y que esto no es una casualidad, sino una consecuencia de la situación económica de esas regiones, las más industrializadas y ricas de todo el territorio español, en orden alfabético: Catalaña (Barcelona), Euskadi (Bilbao) y Madrid (Madrid).

Así quedaría evidenciada la raíz económica de estas ideologías, pero no su respaldo por la sociedad civil. Ello se consigue introduciendo, en el momento adecuado —también aleccionando—, los sentimientos, una versión manipulada de la historia que los justifique y un idioma que la respalde. Así se genera un ofendido y un ofensor, un nosotros y un ellos. Los catalanistas y abertzales tendrán como enemigo la homogeneidad española (de la que no quieren formar parte, pero que usan para simplificar al resto de territorios del estado),  los españolistas, por su parte, tendrán como enemigo cualquier región que muestre la heterogeneidad de los pueblos que conforman el estado español. Y ya se ha caído en la trampa de las élites, que consiguen enfrentar a las clases obreras de distintas regiones para que no reparen en luchar juntos por sus derechos, derogar los privilegios de éstas y hacer justicia social. Han preferido abrazar la mentira de los nacionalismos y luchar por una entelequia que no les dará nada, en vez luchar por sus iguales en mejorar la situación política de los trabajadores.

El referéndum en Cataluña

Más allá de una visión nacionalista (catalanista o españolista), las libertades en una democracia deben ser fundamentales. Todos tenemos derecho a opinar, a defender y luchar por la propuesta política que más nos satisfaga, con más razón si se trata de la región administrativa en la que residimos. Tenemos derecho a hablar y a que se nos escuche, a luchar y defender en lo que creemos institucionalmente. España, cuyos periodos democráticos sólo se encuadran en los años de la Segunda República —derrocada por los fascistas tras un fallido golpe de estado— y tras la imposición del Régimen del 78 —legado político de esos mismos fascistas que lucharon contra la libertad—, no tiene ninguna tradición democrática, y todos los resortes que posee para la aplicación de derechos y libertades del ciudadano son objetivamente de las más deficientes de toda la Unión Europea. Y las élites políticas de España que aparecieron al amparo del Régimen del 78 (PP y PSOE, fundamentalmente) han permitido y luchado porque esto siga siendo así.

Los trabajadores de España han cambiado mucho desde la muerte del dictador —no así las clases privilegiadas, blindadas desde el franquismo— y se han hecho oídos sordos sistemáticamente a todas sus propuestas por intentar cambiar elementos fundamentales del estado, amparados en el papel mojado de la Constitución. Creían que la evolución político-social de los españoles iba a ser como una tormenta de verano, que aprieta, pero termina por disiparse. No ha sido así. En particular, esto se ha hecho de manera descarada con la articulación territorial. Y esa dejadez milimetrada durante décadas, con tintes bíblicos desde que Rajoy alcanzó el poder, nos ha llevado a esta situación grotesca en la que nos encontramos.

El Govern de Catalunya está haciendo el ridículo con una llamada a un referéndum que no se acoge a la propia legalidad de la leyes catalanas, sin consenso, sin garantías democráticas, que sólo hace insuflar los ánimos de una ciudadanía que acabará dividida y frustrada por las expectativas irreales, aunque lícitas, del mismo. El Gobierno de España está haciendo todavía un ridículo mayor, saltándose la legalidad constitucional, degradando todavía más los derechos y libertades de los ciudadanos, para seguir imponiendo una idea de estado caduca, usando de forma fascista al Poder Judicial (¿hay diferenciación de poderes en España?) y a las Fuerzas de Seguridad (Represivas) del Estado.

Si el Gobierno hubiera invertido la mitad de los recursos que está utilizando en un diálogo serio y honesto con el Govern (por no hablar de lo que podría hacer en otros temas como la corrupción) para abrir el camino real —las promesas ya no sirven— a un cambio constitucional en el que se redefinan las relaciones de las Autonomías con el Estado o, al menos, la propuesta de un referéndum pactado con garantías legales que fomente, en su caso, un cambio de modelo territorial, otro gallo nos cantaría.

Ahora, sólo queda la incertidumbre de los acontecimientos que puedan ocurrir hasta el 1-O, de lo que pueda acaecer el día después a este.